viernes, 5 de julio de 2013

Mary Elisabeth Turner: historia.

Esta es la historia de mi nuevo personaje de Cthulhu, Mary Elisabeth Turner. De una idea que no hubiese ocupado más de 6 o 7 líneas ha surgido esto, una historia relativamente larga y detallada de la que mis amigos han denominado "la princesita ricachona".
Quiero recalcar que la época de la partida original son los años 20, por lo que la historia a veces puede resultar un poco machista. Espero que os guste.

Mary Elisabeth Turner nació en un barrio residencial al sur de Nueva York. Su padre, un afamado empresario, socio y co-fundador de las empresas Turner & Smith Ink., y muy aficionado a pasar el rato con señoritas de dudosa reputación, y su madre, hábil señora de la casa de la época, tuvieron cinco niños antes de que ella naciera. Tras ese parto, el médico aconsejó a la mujer que no volviera a dar a luz, por lo que Mary Elisabeth resultó ser la única fémina entre un equipo de hombres cargados de testosterona. Esto la llevó a desarrollar una fuerza mayor que la que solían tener las niñas de su edad. No todas tienen cinco chicos intentando marcar su territorio como hermanos.

De su madre aprendió todo lo que una mujer debía saber: llevar la casa, bordar, buenos modales...Su destino era ser una moneda de cambio para cerrar un negocio, algo que a ella no le hacía mucha gracia.

Pronto su padre fue partícipe del deseo de su única hija de no ser tratada como mercancía. Cualquier padre hubiese hecho caso omiso de la petición de la muchacha, pero él, ante la mala perspectiva de dejar su negocio en manos de sus hijos, que no se preocupaban por lo que pasaba más allá de sus propias narices, prefirió dejar obrar a Mary Elisabeth a su manera, ya que la joven parecía tener un gran potencial.

Contrató un tutor que adentró a Mary Elisabeth en el mundo de la literatura y la historia, mundos que dejaron fascinada a la chica. Desde aquellos días empezó a interesarse por los objetos antiguos.

A la edad de 21 años, Mary Elisabeth le confesó a su padre su intención de montar una tienda de antigüedades. A pesar de parecer reacio al principio, acepta, con la condición de que también tiene que llevar su empresa y heredarla a su muerte. Mary Elisabeth acepta y comienza su andadura empresarial.

Funda su tienda, Mary Elisabeth's, que al poco tiempo es todo un éxito. Al mismo tiempo, a llevar la empresa de su padre, haciendo que los beneficios aumenten en 120%. Todo en su vida es perfecto, como siempre había soñado... o eso cree.

domingo, 16 de junio de 2013

Prefacio: La huída

Éste es el origen de Crescenza, mi primer personaje de 7º Mar. Para la primera historia de Crescenza, me apetecía escribir el principio de mi primera partida de rol desde mi punto de vista, parte de esta historia es obra de mi magnífico máster (podéis visitar visitar su blog aquí). Bueno, ahí tenéis, espero que os guste.

Los claros rayos de luz de luna iluminan suavemente las calles de aquella ciudad de Vodacce. Como cada noche, todo está cubierto de una capa de niebla que aporta un halo de misterio a la plaza donde una joven coquetea escondiéndose de su amado con falsa timidez detrás de un abanico sobrecargado, al portal en el que un perro callejero dormita tras otro día sin encontrar nada que llevarse a la boca de entre la basura, al callejón donde una espada empuñada por un hombre enmascarado atraviesa el estómago de un señor entrado en carnes ahogado por las deudas mientras su portador esboza una sonrisa de satisfacción al pensar en la bolsa de monedas que le espera a la vuelta.

La luna pasa entre los barrotes de la habitación de una chica que se cepilla una larga melena oscura a la luz de unas velas. Clava sus ojos grises en la imagen que le devuelve el espejo, una cara aniñada que enmarca unos ojos que han visto demasiado.

Su rostro se ensombrece ante el sonido de unos golpes en la puerta. Deja el cepillo en el tocador.

-Adelante.

La llama de los candiles se mueve por la brisa que produce la puerta al abrirse.

-Disculpe, señorita Crescenza. Su invitado ya ha llegado.

-Ahora mismo bajo, Renata. Gracias.

Tras hacer una reverencia, la sirvienta se retira. Crescenza suspira. Sabe que Renata no ha dejado de mirar al suelo en ningún momento. Odiaba que no la miraran a la cara. El miedo era una de las mayores condenas que tenía ser tejedora, aunque ese miedo era un arma de doble filo, a veces podía ser útil. El temor se acrecentaba si no llevaba puesto su velo, como era el caso, aunque solo podía darse el lujo de liberarse de él en la intimidad de su habitación.

Abre el cajón superior de la cómoda y saca una caja de horquillas. Se hace un recogido sencillo en la parte superior de la cabeza y atrapa detrás de su oreja un mechón travieso que intenta escapar. Acerca una silla a su armario y sube para llegar al altillo. De entre las mantas saca un pequeño frasco de cristal de rojo y mortal contenido que se guarda en un bolsillo escondido en la manga de su vestido. Vuelve al tocador y se coloca el velo ante los ojos. El espejo le muestra la imagen de la perfecta mujer de Vodacce: recatada, modosa, sumisa.

Respira hondo, guarda el cepillo y las horquillas y baja al salón.


Al abrir la puerta, encuentra a un hombre de unos cincuenta años sentado ante el fuego. Su padre quería casarla con él para asegurarse un negocio pendiente. A ella ese matrimonio le apetecía tanto como comer estofado de rata.

-Buenas noches, señor Fabianni.

-Buenas noches tenga usted, señorita Caligari. Permítame decirle que está usted espectacular esta noche.

Una sonrisa de viejo verde se dibuja en su cara llenando a Crescenza de repugnancia. Había encargado el vestido que llevaba sólo para la cena con el señor Fabianni. No soportaba su mirada lasciva recorriendo su piel. Con ese vestido de manga larga y cuello alto se sentía algo más protegida, aunque notaba los ojos enfermos de aquel señor treinta años mayor que ella fijos en sus suaves curvas.

-¿Quiere una copa?

-Ya me han servido una, gracias.

Crescenza maldice para sí. Pensaba vaciar el contenido del frasco al servirle la copa. Unos suaves golpes suenan en la puerta.

-Adelante –dice la joven.

Una niña de rizos rubios asoma por la puerta con cara asustada. Es la hija de la cocinera, de apenas siete años de edad. Crescenza no puede evitar sentir pena por la niña. Su padre, conocedor de las tendencias enfermizas de su socio, ponía a su disposición a su criada más joven. Un par de años atrás, fue testigo de cómo aquel sádico tocaba a la pequeña por debajo de la falda. Por suerte, llegó antes de que se sobrepasara aún más. Se llevó a la niña y consiguió que le contara que no era la primera vez que lo hacía, ni sería la última. Desde entonces, Crescenza intentaba que no se quedara a solas con la niña, aunque no siempre lo conseguía. Juró que la sacaría de las garras de aquel monstruo, juró venganza por cada vez que se propasó, juró que vengaría a cada niña que sufrió por culpa de aquel animal, y con un poco de suerte, esa noche lo conseguiría.

Se dirigen al comedor. El señor Fabianni, con falsa caballerosidad, aparta la silla para que Crescenza se siente. La pequeña criada sirve la comida. Al acercarse al señor Fabianni, éste le acaricia la pierna.

-Tranquila, Roberta, ya me encargo yo.

La niña, con agradecimiento en la mirada, hace una reverencia y se marcha.

-Veo que quiere que nos quedemos a solas, señorita Caligari –dice Fabianni con una repulsiva voz melosa.

-Antes de ser su esposa, debo demostrarle que sé llevar una casa.

-Me consta que sabe. Es usted de buena familia, no podía ser de otro modo.

-Me halaga usted, señor.

Crescenza se dirige al armario de los vinos y abre una botella. Con disimulo abre el frasco y vierte el contenido en la copa de su acompañante.

-Espero que le guste este vino, es uno de los mejores de nuestra bodega.

El señor Fabianni se lo acerca a los labios, pero en lugar de beber, lo huele y esboza una sonrisa.

-Mi querida Crescenza, ¿creía usted que iba a conseguir envenenarme tan fácilmente? Se le notaba a la legua. El frasco se divisaba en su manga, y esa insistencia en ser usted quien sirviera la cena… No tiene alma de asesina, querida. Dedíquese a bordar como la mujer que es –se levanta y se acerca a Crescenza lentamente, poniéndola contra la mesa-. Va a tener suerte, no voy a rechazarla como esposa, sería una gran pérdida, aunque tendré que domarla como es debido, y creo que sería buena idea empezar ahora mismo.

Retira de un golpe todo lo que hay encima de la mesa y sube a Crescenza bruscamente. Tira del cuello del vestido, rompiéndolo y dejando ver un poco de la suave piel de la chica. Crescenza forcejea, pero el viejo es más fuerte que ella y no puede impedir que acerque su sucia boca a la piel que ha quedado al descubierto. Le suelta una mano para recorrer su cuerpo y empieza a subir por debajo de su falda. Crescenza mira a su alrededor y divisa un cuchillo. Estira el brazo, intentando alcanzarlo. Consigue rozarlo con la punta de los dedos.

-Hijo de puta.

Crescenza le clava el cuchillo en el cuello. La sangre comienza a brotar. El señor Fabianni la suelta e intenta cubrirse la herida con las manos mientras se tambalea hacia una silla. Mira a Crescenza a los ojos y sonríe.

-Al final sí que tiene alma de asesina, señorita Caligari. Bienvenida a Vodacce.

Fabianni se desploma encima de la mesa. Un charco de sangre lo cubre todo cual alfombra de muerte. Crescenza se mira las manos cubiertas del líquido vital con la mirada desencajada. No puede creer lo que acaba de hacer. El veneno es una cosa, usar armas blancas es otra muy distinta. Se restriega las manos con una servilleta.

Ahora es el momento de escapar. Envuelve un cuchillo en una servilleta, acaricia la bolsa de cuero que cuelga de su cintura y se acerca a la puerta. Al no escuchar nada, se dispone a abrir cuando escucha el picaporte de la del servicio. Corre hacia ella y detiene a la pequeña Roberta antes de que vea el cadáver.

-Roberta, ya ha acabado todo. Ya no volverá a molestarte. Ahora me tengo que ir, prométeme que te cuidarás. Prometo volver a por ti en cuanto tenga recursos suficientes, nadie volverá a hacerte daño.

Saca una lágrima que se h escapado de los ojos de la niña, la abraza y le da un beso en la frente. Roberta es la única que no le tiene miedo, su única amiga, la única persona que le había mostrado aprecio. Le dolía mucho dejarla, pero no podía llevársela, no todavía.

-Corre, vete.

Se abrazan por última vez y Roberta se va cerrando la puerta. Crescenza se seca una lágrima y camina hacia la puerta. Pone el oído y no escucha nada. Cierra los ojos y se concentra. Al abrirlos, unas hebras salen de ella y le muestran dónde está cada una de las personas que se encuentran en su casa. Sus padres están en su habitación, los criados en las cocinas… y el pasillo está despejado. Abre la puerta muy despacio. Sin hacer ruido, cruza el pasillo. Oye a sus padres discutir en sus aposentos. Llega a la escalera y baja lentamente. A la mitad, vuelve a concentrarse y ve dos hebras  que se mueven en el recibidor. Acaricia la pequeña bolsa de cuero, la abre y saca una araña. La caricia y susurra:

-Tú al de la derecha, yo al de la izquierda.

La araña salta de su mano y desaparece por la pared. Crescenza se agacha y abre un falso escalón, de donde saca una ballesta y algunas flechas metidas en un carjac. Saca otra araña de la bolsa.

-Ilumíname.

La araña salta y va hacia el guardia de la izquierda, subiendo por su espalda. Crescenza comienza una cuenta atrás para sí misma.

-Tres…

Saca una flecha del carjac con cuidado.

-Dos…

La carga en la ballesta despacio para no hacer ruido.

-Uno.

Crescenza apunta y dispara. Dos golpes secos indican que Crescenza ha acertado y que su otra araña ha mordido al otro guardia a la vez. Se dirige hacia la puesta principal notando cómo las arañas se vuelven a la bolsa para descansar. Llega a la puerta y comienza a correr el pesado cerrojo cuando algo frío se posa en su nuca.

-Mi querida Crescenza, matar a tus invitados no es forma de ser una buena invitada.

-Supongo que lo aprendí de usted, padre.

Una risa fría surge de la oscuridad. Crescenza nota cómo se le eriza el vello de la nuca ante el contacto de la pistola.

-Otra muestra de malos modales. Todo por culpa de tu madre. Dale la cara a tu padre cuando le hables, niña.

Crescenza se gira lentamente. Mira los ojos de su padre, llenos de odio y rencor. Calcula las posibilidades de huir, pero lo ve imposible, ella no es la que porta la pistola. Necesita ganar tiempo para pensar.

-Mi madre no tiene la culpa de nada. Si el hombre que se hace llamar mi padre no se merece que lo mira a la cara, no lo haré.

-Maldita niña insolente…

La mano de su padre silbó en el aire antes de golpear la cara de la chica.

-No podrá impedir que me vaya, padre. No pienso continuar el legado de mi madre y mis hermanas, casarme con un hombre por la fuerza y soportar maltratos durante el resto de mi vida.

-¿Y dónde vas a ir? ¿A Castilla? Ja, me encantaría ver cuánto duras ahí fuera. Lástima que no vaya a verlo, tu vida acaba aquí, al calor de mi pistola.

-Es usted un cobarde.

-No, soy un vodaccio, y tengo cosas más importantes que hacer que mantener a una niña insolente. Adiós, Crescenza. Nos veremos en el infierno.

Crescenza cierra los ojos y escucha un disparo. Piensa en Roberta. Le había fallado, no podría cumplir su promesa. ¿Qué sería de ella? Todo por no ser capaz de seguir viva…

“¿Viva?”. Crescenza abre los ojos y contempla el cadáver de su padre a sus pies y a una mujer desconocida apuntándole con un arma. Levanta las manos.

-Tranquila, no voy a hacerte daño –la mujer esboza una sonrisa sincera-. Abre la puerta y sube al carro que hay esperando. Hablaremos allí –Crescenza se queda quieta-. Confía en mí, estoy de tu lado.

Crescenza reflexiona durante un instante. Fuera lo que fuese lo que la esperaba ahí fuera, no podía ser peor que lo que dejaba atrás. Abre la puerta, corre hacia el carro y sube.

La mujer sube al carro tras ella y los caballos comienzan a correr.

-Bienvenida a tu nueva vida, Crescenza Caligari.

Y así comienza todo...

En aquel lugar donde las horas pasan sin tregua, donde la imaginación fluye, donde las palabras se escapan de los labios casi sin darnos cuenta. Entre aquellas paredes que albergan audaces investigadores, temibles piratas, oscuras brujas y perversos seres malignos. En aquella mesa sobre la cual unos dados te mostrarán el camino.

Es allí donde nacen las mejores historias, donde se forjan las verdaderas amistades, donde conoces realmente a aquella persona de la que creías saber todos sus secretos.

Entra, pues, a esta sala, a este club en el que almas solitarias encuentran refugio entre los suyos, en el que una persona puede ser quien quiera ser, en el que puedes matar sin causar daño alguno, en el que la más bella dama puede rendirse ante ti si usas las palabras adecuadas.

Acompáñame en esta aventura surgida de los delirios de algún loco cuyo único anhelo es manejar los hilos de tu vida, hacerte viajar a un mundo maravilloso en el que olvides por un rato quién eres, pasando a ser, simplemente, un muñeco más en su juego.

NOTA INFORMATIVA

A petición de cierto ser (¬¬) aquí tenéis un blog SOLO y EXCLUSIVAMENTE de historias de rol.
Que os digo, que esto es solo para que no me de la carga, me seguiréis encontrando en Caminando entre los sauces, mi blog más precioso <3

Y después de esta aclaración, y bajo el riesgo de que el ser ya mencionado me muela a palos (xD) en mi próxima entrada empieza oficialmente Mi blog de rol.

Un beso :)